Últimamente me descubro formulando esta pregunta en los lugares más insospechados. En aeropuertos de ciudades que apenas sé pronunciar, en hoteles impersonales donde el arte parece elegido por un algoritmo, en fiestas donde todo el mundo sonríe como si hubiera ganado un premio invisible.
Es curioso: soñamos con llegar a ciertos lugares y, cuando finalmente estamos allí, lo único que queremos es irnos. De pronto te sientes como una invitada accidental. Como si alguien hubiera impreso mal la invitación y, de pura cortesía, te dejaran quedarte. A veces pienso que la versión de mí que quería estar aquí ya no es la misma que ahora se pregunta cuánto falta para volver a casa.
No es falta de agradecimiento. Sé que soy afortunada. Lo sé de verdad. A veces incluso intento repetírmelo en bucle, como quien se convence de que el catering del evento está riquísimo mientras esquiva conversaciones sobre el último tratamiento de colágeno. Pero la gratitud y la desconexión no son sentimientos opuestos: pueden convivir, incómodamente, en la misma habitación.
Quizá sea el ritmo. Todo pasa tan rápido que a veces ni siquiera da tiempo a preguntarse si quieres estar allí o no. A veces siento que me he convertido en una especie de personaje de videojuego que sólo acumula niveles: desbloquear una fiesta, desbloquear una ciudad nueva, desbloquear conocer a alguien a quien de alguna manera admirabas y te ha caído fatal (suele pasar).
O tal vez el problema no sea el lugar, sino el personaje. Esa versión de mí que sonríe, que asiente, que da las gracias mientras por dentro está haciendo planes de fuga dignos de una película de acción. Y encima, con tacones, que ya es un nivel de dificultad extra.
Supongo que crecer también es esto: aprender que no todos los escenarios son tuyos, que no todo sitio bonito es un sitio en el que quieras quedarte, que no es obligatorio encontrar siempre “lo interesante” en cada experiencia. Seguir sonriendo mientras, en el fondo, te preguntas si no estarías mejor en casa, en zapatillas, viendo pasar la tarde como si fuera un regalo.
Y aun así, aquí sigo. Riéndome, a veces, de mi propia torpeza existencial. Preguntándome en voz baja: ¿qué hago yo aquí? Quizá no haya respuesta inmediata. Quizá la búsqueda sea parte del camino. El modo en que nos vamos acercando, poco a poco, hacia un lugar donde finalmente no haga falta preguntarlo.
Quizás tú seas todas las versiones, incluida la que quería estar pero ya no.
Yo lo considero evolucionar, y está bien.
La pena es que no siempre podemos hacer caso a ese “pellizco” que nos pregunta desde dentro “¿qué hago yo aquí?”…pero cada vez que puedas…hazlo. Quizás el cansancio que arrastras sea en parte por eso, por estar donde no quieres estar. Mientras lo descubres te mando un abrazo 🫂💜
Lo que haces es vivir…..aprovéchalo y piensa en todas las cosas bonitas de cada dia…a mi últimamente tb me pasa y solamente le veo dos opciones: o seguir y centrarne en todo lo bonito que tengo que es mucho o romper con todo y empezar desde un punto totalmente opuesto…pero mientras lo descubro, por aquí me quedo que se está muy bien🌤️🥰