El otro día, en la estación de metro, me crucé con una chica que parecía estar esperando.
Llevaba un vestido lencero, un moño “mal hecho” y unos auriculares enormes que le cubrían media cara. Apoyada contra una columna, no hacía nada. No leía, no miraba el móvil. Solo estaba ahí, como si su sola presencia fuera suficiente para llenar ese pasillo frío y feo.
Y lo era.
Había algo en ella que me hipnotizaba.
No porque pareciera saber lo que hacía, sino justo lo contrario: porque estaba esperando. Y lo estaba haciendo con estilo.
Desde entonces, pienso mucho en la estética de la espera.
En esa belleza que sale sin querer, justo cuando no pasa nada.
Cuando no se posa. Cuando no se pretende. Cuando no se busca el ángulo bueno.
Solo estás sentada en un banco, frente a un escaparate vacío, sosteniendo el bolso con las dos manos mientras esperas que pase algo.
Una llamada. Una amiga. Una cita. Una excusa para irte.
He empezado a verlas por todas partes.
Las chicas que esperan.
En cafeterías con vasos medio llenos, con los labios aún pintados de rojo.
En puertas de garaje, con el móvil en la mano pero sin teclear nada.
En marquesinas iluminadas por la luz de las farolas.
Con bufandas mal puestas, gomas en la muñeca, bolsos que no combinan pero en realidad si.
Vestidas como si no les importara nada o como si les importara todo.
Y no sé si es cuestión de estilo o de protegerse. Si se visten para gustarse o para que no les hagan daño. Pero hay algo en esa forma de estar —entre esperar y rendirse— que me parece muy bonita. Como si, por un momento, el parón fuera el sitio más importante del mundo.
Esperar es un arte infravalorado.
Es performativo. Es vulnerable.
Implica estar quieta cuando todo lo demás se mueve.
Implica exponerse al tiempo, a la mirada, al vacío.
Y aún así, no caerse. Como quien ya ha aprendido a estar en el escenario, aunque el show se retrase.
Yo he sido esa chica mil veces.
Apoyada en un portal que no era mío.
Esperando en un probador con más dudas que ropa.
Pero pensandolo bien, creo que justo en ese hueco entre lo que quería y lo que todavía no pasaba, es donde empezaba reconocerme.
Yo sé que “crees” que lo tuyo es hablar de moda, pero la moda en realidad es solo un lenguaje que no todos entendemos y tú tienes el don de reescribirlo siempre para nosotros. Amo tus palabras. Regálanos más y, algún día, plantéate hacerlo en forma de libro. Lo amaremos también, seguro.
Me encantó!!